1.3.11

Ella y el sillón

El sillón que tanto tiempo había tomado en repararse amaneció con unas líneas aberrantes: diminutos riachuelos de meado color amarillo neón.
–Otra vez ese maldito perro que metiste en la casa, tú tienes la culpa. Límpialo ya, que apesta y tanto que costó retapizarlo- vociferaba una voz gruesa de mujer.


Miró al perro que tenía ya la cola entre las patas y se escondía bajo una mesa. Respiró hondo y corrió tratando de no hacer ruido, dando pasos invisibles. Agarró un líquido espumoso, lo mezcló con agua y lo refregó con un trapo sobre la tela del mueble, mientras pensaba en todas las manchas que recorrían su cuerpo, y en las que su madre jamás se había fijado y nunca, ni por casualidad, las limpió con un trapo sucio de ternura.

1 comentario:

Pacita dijo...

Jugárselas por algo, por cualquier cosa mínima, o por la marea del meado.
Jugárselas por seguir escribiendo, por desgarrarse para que las manchas se noten, porque seguir manchándose.
Jugárselas por mostrar tus manchas, de algún hedor a letras de tinta roja y negra.
Jugárselas por necesitar un toque de ternura con sabor polvo y años. Ser alérgica al polvo.

Por fin!