19.10.09

Cuando no sé quién soy

Cuando más que nunca me siento fuera,
fuera,
un pez fuera del agua,
una especie aún no descubierta,
un extraterrestre,
un invasor.

Cuando me desconozco,
cuando no sé quién soy,
cuando me pierdo,

regreso
siempre
siempre
a la poesía.

(María Cristina Arboleda)
------------------------------------***-----------------------------------------

Hoy me reencontré con la poesía de uno de los grandes, y aquí pongo dos de sus textos:

El peatón

Se dice, se rumora, afirman en los salones, en las fiestas, alguien o algunos enterados, que Jaime Sabines es un gran poeta. O cuando menos un buen poeta. O un poeta decente, valioso. O simplemente, pero realmente, un poeta.

Le llega la noticia a Jaime y éste se alegra: ¡qué maravilla! ¡Soy un poeta! ¡Soy un poeta importante! ¡Soy un gran poeta!

Convencido, sale a la calle, o llega a la casa, convencido. Pero en la calle nadie, y en la casa menos: nadie se da cuenta de que es un poeta. ¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente, o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?

¡Dios mío!, dice Jaime. Tengo que ser papá o marido, o trabajar en la fábrica como otro cualquiera, o andar, como cualquiera, de peatón.

¡Eso es!, dice Jaime. No soy un poeta: soy un peatón.

Y esta vez se queda echado en la cama con una alegría dulce y tranquila.


Lento, amargo animal

Lento, amargo animal
que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a Dios.

Amargo como esos minerales amargos
que en las noches de exacta soledad
—maldita y arruinada soledad
sin uno mismo—
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.

Amargo como esa voz amarga
prenatal, presubstancial, que dijo
nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió nuestra muerte,
y que en todo momento descubrimos.

Amargo desde dentro,
desde lo que no soy,
—mi piel como mi lengua—
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.

Lento desde hace siglos,
remoto —nada hay detrás—,
lejano, lejos, desconocido.

Lento, amargo animal
que soy, que he sido.

Jaime Sabines

2.10.09

Veinticuatro

Dormí muy mal y
                  encima,
el agua helada.
                  Sí, sí.
                  Es el viento o que ya no hay gas o la mala suerte.
¡El puto calefón!

Ponerse cualquier cosa.
Mirarse esa panza que crece
                                           y crece
                                                    y qué pereza.

Me seco los pelos,
me lavo los dientes
                                                                   y a la calle…

Una hora de maltrato, de oprimirse,
                                  de aplastarse,
                                  de olerse,
                                  de volverse uno con todos.
                                            El transporte público siempre es una tortura.

La agenda:
     1. Entrevista a la madre-que-además-de-ser-madre-también-juega-fútbol.
     2. Reportería: nuevos tratamientos para que las uñas no se caigan por el detergente.
     3. Y escribir algo, a cualquier hora, pero algo.

De vuelta a la jaula.
El perro.
              La madre.
                               Un libro, y siempre el mismo ritual:
                                                             mirarse al espejo, a solas,
                                                             la panza sigue ahí,
                                                             ahora se ve peor, por el cansancio.

Una camisa, un pantalón.
Agua en la cara,
espuma en la boca.

Él y yo a la cama
                                                          (o sea, mi perro y yo)

                                                                                 Y, adiós.