8.12.14

LIBRETA DE APUNTES I: Julio Villanueva Chang y la inútil afrenta al olvido


Escribir es recordar. En un ejercicio mnemotécnico, para no olvidar lo que en un momento me pareció fundamental anotar; quiero compartir mis apuntes de talleres literarios y periodísticos que deseo salvar de mi propio olvido.

‘De cerca nadie es normal’ es el famoso taller que tiene saltando por todo el planeta al periodista y editor peruano Julio Villanueva Chang, fundador y director de la revista Etiqueta Negra. Fueron cinco noches de aprendizaje intenso durante los primeros días de junio del 2013, en Quito. Yo llevaba en mi panza un aprendiz camuflado: mi hijo Dante, que pateaba contento vientre adentro escuchando las lecturas de los textos que contenía el “mamotreto”. Un librazo en el que Villanueva ofrece ejemplos de buen periodismo. 

Foto tomada de Flickr: https://flic.kr/p/dhaEWD (Uso educativo, sin ningún fin de lucro.)


A continuación, transcribo las frases que anoté en ese taller. La mayoría son comentarios de Villanueva Chang. Por ahí también aparece mi lectura entre líneas. Algún pensamiento al aire o alguna escena que quiero que permanezca en el tiempo.

...

Tener consciencia de la derrota. A nadie le importa lo que escribo. Hay que prestar atención, pensar desde la inocencia, con la mirada de la gente. No desde la retórica.

Asumir que la batalla está perdida, que el lector es un traidor. El desafío es cuánto de lo que se escribe el lector recuerda. Es decir, hay que generar más memoria y menos olvido. Ahí lo esencial es qué escoger, qué seleccionar y ponerlo por escrito y qué dejar fuera de cuadro.

Para eso hay que leer, leer, leer y escribir.

"Decir la verdad sin ofender".

Sobre la crónica contemporánea: Un cronista escribe en escenas, resúmenes y ensayo.
Una escena: elegir un conflicto para revelar un hecho, una verdad mayor y reconstruir los detalles de ese suceso. No es igual a una situación.

Un PERFIL es una excavación de un carácter, es un trabajo arqueológico y silencioso.

A la gente se le conoce en los detalles, no en las cifras.

No citar entre comillas casi nunca, la gente no habla como Sócrates y solo se debe citar literalmente cuando lo que esa persona ha dicho no se puede decir mejor de otra forma.

Es necesario dejar de creer en la superioridad moral de ciertos temas porque atañen a más gente: política, economía, pobreza, guerra. Por supuesto que lo son, pero eso no significa que la gente los vaya a leer.  

Es imposible hacer un texto de no ficción.

Un editor es un ‘troublemaker’ si no, no es un buen editor.

El chateo es una visión diferente para entrevistar. Revela otra dimensión. Esta es una vía por la transita Villanueva Chang con frecuencia. Así logra editar varios textos a la vez, con escritores o periodistas que están en diferentes partes del mundo.

Quienes escriben perfiles son “críticos de personas”. Buscar patrones de conducta, formas de ser que se repiten. Son cazadores de obsesiones y señas muy particulares que hacen que de cerca nadie parezca normal.

Antes de escribir perfiles, primero hay que resolver la escala. ¿Qué escala de ambición tiene tu perfil? ¿Cuánto quieres saber? ¿Qué espacio y cuánto tiempo tienes?

La sola presencia del periodista puede volver a sus encuentros en algo teatral.

En cuanto a los números, hay que descifrar la cifra. Ejemplo: En un texto de Juan Villoro que habla del valor de Zinedine Zidane, dice que la Estación Espacial cuesta tres Zidanes. Hay que convertir en imagen a una cifra.

No hay que pensar como periodista, hay que poner atención a lo que llama la atención de la gente.

El reto también está en dejar de escribir historias de miseria. El desafío es ponerles otras miradas.

Al momento de ‘perfilar’ a un famoso, no se lo debe escoger por la fama. Esto debe ser secundario. Hay que hallar en él algo revelador, extraordinario. Ahí juega un papel importante la prerreportería: No hay que subestimar las posibilidades que da el leer el archivo. Prestar atención al detalle, buscar siempre ese algo revelador.

El titular es una tesis. Tiene que contener lo que quieres que no se olvide.

En cuanto al detalle, este debe ser revelador y el trabajo de campo, exhaustivo. Hay que elegir un detalle que transmita la emoción, no el sentimiento. Por ejemplo, sobre un velorio no se puede decir que simplemente “está triste”.

Cuidado con fabular demasiado, advierte Villanueva Chang, y olvidarse de las ideas, del “ensayo”.

La clave, si se puede hablar de clave, es “convertir el dato en conocimiento; la anécdota en experiencia”.

Hay que escoger una escena que represente a lo que le pasa a un colectivo.

Recomienda leer filosofía o aforismos sino solo serás un animal narrativo. (No olvidar que la crónica moderna es narración más ensayo).

Villanueva Chang no sabe conducir. Tampoco, nadar. Prefiere escribir por chat que comentar un texto en un café. Piensa que si conduce matará a alguien. No sabe nadar, porque su madre no le pagó un curso. Luego le dio pereza aprender.

Ir de lo micro a lo macro y luego volver a lo micro. Del individuo a la masa, de la masa al individuo. Del interior al exterior.

¿Qué tiene que ver esta historia contigo? Esta es la pregunta subyacente en cada texto.

Cuidado: Evitar los elementos que en lugar de aportar, distraen.

No se trata de perfilar solo a las personas sino también a las cosas. Observar, observar, observar: el contexto, el lugar, el lenguaje corporal.

Lo que molesta es cuando una historia comienza en un tono muy impersonal y luego incursiona abruptamente el yo. O cuando empieza el yo y luego se lo abandona y se pasa a un tono impersonal.

El asunto siempre es qué escoges decir.

El punto de vista es desde qué experiencia o persona decides contar una historia.

Para hacer un perfil de un personaje hay que clasificar las fuentes: buscar no siempre gente del mismo oficio, sino puntos de vista diversos. Por ejemplo, entrevistar al que le vende cigarros cada mañana. Hay que inaugurar una nueva forma de ver a alguien.

Al escribir a un editor (para que le publique una historia), hay que buscar emocionarlo, hacer que mueva una ceja en cinco segundos.

La crónica no es escribir bonito.

¿Sobre quién escribir? Buscar a alguien que ilustre virtudes y defectos con excelencia. Buscar alguien paradigmático en eso.

El editor es un ignorante especialista en hacer buenas preguntas.

Hay que poder convertir la sensualidad en conocimiento social, conseguir intensidad en cada perfil.

Hay que tener capacidad para reaccionar ante el azar.

El método es la duda como método de conocimiento, no la paranoia. Hay que trabajar con el deseo de verdad más que con "la verdad".

En la entrevista se transita como en un guion teatral.

Cuando un entrevistado evade la respuesta, hay que insistir de diferentes formas en una misma pregunta.

Interrogarse sobre cómo se hacen las preguntas en las entrevistas. El gran problema es muchas veces NO hacer la pregunta correcta.

El poder literario de seleccionar: escoger es el mayor poder que tiene un autor.

Hay que perfilar cada nombre de forma creativa. Porque un simple nombre se olvida. Calibrar el límite entre lo complejo, inefable. Como en La Ilíada: Años, siglos después de haberla leído, ¿a quién se le olvida que Aquiles es el de los pies ligeros?

Leer. Leer. Leer.

Villanueva Chang fue profesor de colegio durante seis años y medio. Los alumnos lloraron cuando se fue. Se fue porque llegó otro que sí tenía título. También fue portero. Uno de los más educados de Lima; le abría la puerta al cineasta Francisco Lombardi. Después trabajó como corrector de estilo en La República.

El autógrafo de Villanueva Chang en un queridísimo texto de Elda Cantú.


Una gran metáfora tiene que ver con una gran paradoja.

¿Qué hacer para reportear algo sobre un muerto? Buscar documentos: fotos, películas, música, lo que se puede ver y que revele algo desconocido. Hay que fijarse en objetos.

Hay que aprender a esperar, pero haciendo cosas.

Poner referencias en vez de años o fechas. Los números se olvidan, pero se puede perfilar o escenificar una fecha con una referencia. Por ejemplo,es mejor decir el año en el que el hombre llegó a la luna, en lugar de poner “En 1969”.

Un detalle perfila a cada uno en el recuerdo, es una forma de ser menos anónimo.

Ética: Hay que preguntarse dónde está el límite entre lo público y lo privado. Hay que ser crítico sin ofender.

Aprender de otros lenguajes: ver, escuchar, oler.

Escribir textos que se puedan leer en 25 años y que sean universales. Tener sentido de trascendencia.

El pensamiento paradójico funciona a través de opuestos, contradicciones, ironías.

Si no eres obsesivo en tu trabajo, no puedes lograr nada. “Los obsesivos son los que cambian el mundo”.

Cuando Villanueva Chang lanza una risa verdadera suena un ‘jeje’, muestra los dientes y se agarra el cabello hacia atrás. Tiene los codos secos.

Ojo: poner el atributivo al final de una frase entrecomillada puede quitar fuerza a la cita.

Huir del estilo Wiki: “Nació en…” No empezar párrafos con descripciones de lugares, fechas, etc.

Villanueva Chang está obsesionado con la obsesión.

“Una forma de quererte es no permitirte que seas un mediocre”.

Hay que buscar el paradigma del paradigma.

“Soy partidario de dormir en camas separadas”.

La originalidad no puede caer en el ridículo. Y CUIDADO con confundir un acto de transgresión o irreverencia con una malcriadez. “No te pongas ingenioso con un pobre diablo. Es fácil; una tentación”.

Siempre hay que recordar que cuando publicas algo sobre alguien es porque quieres que la gente lo recuerde.

También se pueden hacer crónicas de lo ordinario, de la tranquilidad. Hay que valorar lo sencillo y volverlo trascendente. Un triple salto mortal en las emociones.

Pasar de un párrafo a otro es buscar bisagras.

Etiqueta Negra es un texto de autoayuda de alto nivel.

La lectura es un acto contranatura.  

Leer es una forma (¿la mejor?) de estar solo.

La generosidad de Julio es enorme. El taller acaba con una lista títulos o autores y una anécdota sobre el cáncer de su madre que me moja los ojos y que prefiero olvidar. No la anoto en mi cuaderno. Las lecturas recomendadas, en cambio, intento anotar rápidamente (cómo tratando de atesorar las últimas enseñanzas de un gran maestro que uno está a punto de perder) pero algunas se me escapan: Chéjov, Lewis Carrol, Hermelinda Linda, Cartas de Kafka, Julio Ramón Riveyro, Ítalo Calvino, Dostoievski, César Vallejo: “¡Amadas sean las orejas sánchez!”, Cioran, Vargas Llosa, Pessoa, Hannah Arendt, Mitologías de Barthes, Crónica de una muerte anunciada, Clarice Lispector, la teoría estética de Adorno, Roberto Arlt, Papini, Nietzsche. Observación sobre los colores, de Wittgenstein.

Mi libreta de apuntes termina con la frase: 
“Solo y bien acompañado”.




Otros títulos que menciona en el taller:
Say her name, de Francisco Goldman
The New New Journalism, Robert S. Boynton
La mujer temblorosa (o la historia de mis nervios), de Siri Hustvedt (esposa de Paul Auster)
Mito de Sísifo, ensayo filosófico de Albert Camus
El ahorcado, de George Orwell
Historia del Presente, de Timothy Garton Ash
García Márquez: historia de un deicidio, de Mario Vargas Llosa
Mitologías, de Roland Barthes (el libro fetiche de Villanueva Chang)
La enfermedad, de Alberto Barrera Tyszka
Documental ‘Grizzly Man’, del director Werner Herzog
Anestesia local, de Günter Grass
Eichmann en Jerusalem, de Hannah Arendt
El hombre que no quería ser padre, reportaje de Alfonso Buitrago
Man on Wire, documental dirigido por James Marsh

17.9.14

Yo, la más estúpida de todas


Trescientos sesenta y cinco días atrás viví un día aterrador y hermoso. Hice de todo para que Dante, que llevaba ocho meses en mi panza, pueda nacer por parto normal. Pero su llegada fue “anormal”, precipitada y la cesárea estuvo más bien ‘vertiginosa’. Esa palabra usó el médico que salvó la vida de Dante, forzándolo a salir de ese paraíso acuoso entrañas adentro por donde él se escurría como un pez asustado. Sin esa ciencia, sin bisturís, sin médicos y sin sus cortes y remiendos en mi vientre, el 17 de septiembre mi hijo no hubiera nacido. Y yo no hubiera vivido –superado el terror de los primeros días– el mejor año de mi vida. 

Dante, sol en la noche.
No recuerdo cuáles fueron las palabras exactas que me dijo el famosísimo y admiradísimo (por mí también, es maravilloso) editor peruano Julio Villanueva Chang. Pero era algo así: “Cuando seas mamá, no te hagas estúpida”. Me contó que hay mujeres brillantes que con la maternidad abandonan sus cualidades intelectuales, descuidan o dejan el oficio, porque se entregan por completo a sus hijos. ¿Domesticarme por una babosa y tierna criatura? Eso jamás me iba a pasar a mí, aseguré yo. Pero aquí estoy: un poco más olvidada de mis pretensiones profesionales, literarias, periodísticas; refugiada la mayor parte del tiempo en mi búnker personal, babeando a cada minuto por mi hijo. Sí, me he convertido en un animal doméstico. Y feliz. Tonta o no, esta felicidad es mía y la atesoro como lo mejor que me pasó en mis treinta años. Y no la cambio por premios ni fama ni viajes ni fortunas. Comprendo, sin embargo, lo que Julio quiso decir sin maldad. Él, con su generosidad y rigor de buen maestro, también me aconsejó salir a reportear con mi nene, llevarlo conmigo a buscar historias, como hacía en esas noches en que con una panzota de siete meses acudía sin falta al taller de perfiles que dictó en Quito. 

Ser mujer, mamá y trabajar es triplemente duro. Yo escogí privilegiar la maternidad, dejar mi empleo en un medio de comunicación y mudé mi oficina a la casa. Esa oficina ha funcionado intermitentemente durante este tiempo y sobre todo durante las madrugadas, cuando ya todo era silencio. No ha sido fácil, ha requerido harto sacrificio físico, económico, personal. Pero también ha significado que la vida tenga otro sentido y otro peso, y el crecimiento ha sido también uno muy distinto. Cómo decir sin que suene cursi que ha sido el trabajo más hermosamente intenso y retador (la responsabilidad de sostener en mis manos la raíz de la vida de un ser humano, amarlo sin condiciones, cambiar pañales y lavar rabos hasta seis o siete veces en un día, bañarlo, amamantarlo, preparar luego comida deliciosa y nutritiva, a mí que no me gustaba mucho la cocina, administrar una casa y al mismo tiempo trabajar “en serio”, robándole horas al sueño, como hacen los adultos, haciendo cosas serias y que dan plata). 

Esta nueva labor, que realizamos codo a codo con mi esposo Sebastián (no tenemos niñera, ni guardería, ni empleada a tiempo completo, pero contamos con la invaluable asesoría y compañía de las abuelas, el Nonno, las tías y los tíos), no ha significado solo una definitiva entrada a la adultez sino que es también una vuelta a la infancia, a la época del juego y del ocio total. Mi oficio diario es jugar por jugar (¡wuuujuuu!), pero muy seriamente.


La múltiple y única mujer. Mientras todo eso pasa, mientras una metamorfosea de mujer-posmoderna a mujer-ama-de-casa-mamá-posmoderna, en la cabeza rondan todas las ideas y presiones que una misma ha construido: tienes que ser mamá pero no una más o menos; ¡la mejor! Es decir tiene que haber: sacrificio, abnegación, abandono total. Pero hay también otra mujer (una que no es tan maternal y que a veces tiene ganas de salir corriendo por la puerta) que grita cuerpo adentro para que no la olvidemos por completo, para que la sigamos alimentando de eso que tanto le gusta, para que no dejemos por completo nuestra individualidad. Y muy rara vez sale a flote una mujer menos histérica que sabe que los griegos tenían razón y que hay que perseguir el justo medio: el equilibrio. Pero esa, la sabia, solo viene de vez en cuando. Aquí, en este cuerpo, predominan la mamá gallina y la loca. 

Y es que la transformación no es fácil. En el embarazo una se convierte en una fábrica a tiempo completo: todo se da en función del bebé que se está formando. Luego de dar a luz, sintiendo aún la ausencia del niño en el vientre, nos convertimos en la pasteurizadora, una máquina de hormonas enloquecidas que siente mágicamente cuando el bebé se va a despertar porque de pronto los pechos se inflan como globos de carnaval. Después, el cuerpo, totalmente sacudido por tanto cambio, es una cosa rara, mixta, híbrida: un mujerón en el que convive una caprichosa niña, una joven pretenciosa y una amorosa abuela.

Maaaa… Los lengüetazos, los abrazos, las sonrisas con sus primeros dientes (dientecitos de ajo, Rocamadour), las risas ante mis payasadas e incluso los dolorosos mordiscos y ese balbuceo de ‘Maaaa’, dicho con esa voz gruesa y golosa que tiene Dante, me saben a Cielo. Son la mejor recompensa, una cosquilla que me recorre y hace que el corazón me ruede por el cuerpo. Y me ha transformado. Ya no soy Cristina. Mi nombre ahora es: Ma. Así, de una sola sílaba que a veces suena muy corta y otras veces se alarga según el número de letras ‘a’ que el alarido suelte. Soy Ma a secas y me encanta.

Sacalengua


Feliz cumple, ojos de atómica estrella. Sonará exagerado pero mi hijo tiene ojos de estrella. El universo entero gira en sus pupilas. Se mueve, el papá lo ha descrito a la perfección, como un dragón de Komodo y tiene la energía de una bomba nuclear (creo que esta frase también es plagiada del padre). Se despierta tempranito iluminando la perezosa mañana con sus ocho dientes. Casi nunca llora, su radiación es felicidad pura. Le encanta comer. Sus frutas favoritas son la papaya, la banana, el melón, la granadilla, las uvas verdes. No le tiene mucho agrado a la manzana, a menos que esté mezclada con avena, algún otro cereal o yogur. Como a todo buen serrano, le encanta la papa y la quínoa. Como buen nieto de argentinos, es carnívoro. A diferencia del padre, no es alérgico al pescado. Le gusta el huevo revuelto con tomate y cebolla. Le fascina el pan y las galletas, el helado de vainilla. Se emociona tanto al comer que patalea y chilla, pateando o revoleando a su paso. Ama los perros e incluso dormido ha ladrado un ‘baaafff, bafff’. Tiene unos cuatro cuentos favoritos que leemos unas 400 veces al día. Le encanta ver tele (asistente con hipnóticos poderes, la mejor a la hora de cambiarle el pañal, vestirle, darle una medicina). Desde siempre escuchó música, así que es un melómano en potencia, se alegra apenas nos acercamos a poner un disco y se calma cuando alguien le canta. Tiene mucho carácter, sabe protestar (a veces en exceso, pero en esta casa, a diferencia de lo que pasa en este país, no se criminaliza la protesta), se pone colorado cuando se enoja y rara vez entiende lo que es un ‘no’. 

Jugamos de sol a sol. Cuando se despierta, lo llevo a mi cama y nos quedamos mirando la tele un rato. Mientras tanto me quita el control, los lentes o el teléfono y juega a esconder el chupón. Lanza la ropa mientras yo trato de escoger algo para que se ponga. Le gusta coger las pantuflas cochinas de mamá y papá, se come los zapatos y se escurre a la lavandería para agarrar la ropa sucia. Mientras mamá prepara el desayuno, juega a dar de comer a sus juguetes en el corral. Sus juegos son interrumpidos cuando se levanta para exigir que le den ‘ETEEEEEE’ que suele ser pan y ‘AGUAAAAA’ que suele ser agua. Mientras desayuna, mamá juega a alimentar a quienes bautizamos como ‘Los flacos’, la colección de superhéroes de papá que está junto a la mesa, también le damos de comer al avión que cuelga del techo y a la lámpara. Luego desordenamos su cuarto, bajamos los carritos, el Arca de Noé con todos los animales, el bus escolar, los dinosaurios, leemos cuentos, lanzamos pelotas, vestimos y desvestimos a su oso de peluche, mamá se disfraza de indio, se pone antifaces, baila, pintamos con crayones (mamá pinta y Dante se los come…). Se divierte con cualquier cosa, le da igual si son unas cucharas, un pedazo de cartón, una miga del piso o los más sofisticados juguetes. Sin mentir, así es cada día. En eso se ha transformado mi vida de animal doméstico, en puro juego. 

Mientras tanto, desde el celular o la computadora me conecto a veces con el exterior, con el mundo de los adultos. Y cada vez me gusta menos y cada vez tengo menos ganas de salir. 

Y sí, creo que Villanueva tenía razón; ya no hay remedio a esta maternidad babosa y estupidizante que me deja exhausta y sonreída al final del día. Soy una estúpida, la más estúpida de todas.