3.12.12

Página 289


En el patio, papá nos pintó dos rayuelas.

La una era más aburrida. Tenía siete casillas con los nombres de los días de la semana. Pero la habré saltado poco, porque no recuerdo cómo se jugaba.

La otra, dibujada al final de esa suerte de callejón que se forma entre los dos jardines con césped, era diversión pura.

Tenía forma de conejo y los colores amarillo y blanco. Cualquier cosa servía como ficha: una pinza para colgar la ropa, que mamá había olvidado en los alambres, una piedrita, un juguete. Y entonces, agarrar vuelo, con la lengua a veces afuera o a veces adentro como que fuera el hilo de una marioneta que ayudaba a mantener el equilibrio de la chulla pata.

Primer cajón. Segundo cajón. Tercer cajón. Alitas. Cuello. Cabeza (más bien cabezota). Y orejas. Si de regreso olvidas la ficha; chau, perdiste. También si pisas línea o caes y asientas los dos pies... Así, a saltos, mamá, hermana y yo pasábamos las tardes. ¿Papá? En el trabajo, en la federación, quién sabe dónde.

A veces la lluvia se encargaba de aguarnos la rayuela. No solo porque mucho no nos dejaban mojarnos bajo el aguacero, sino porque poco a poco se iba despintado hasta desaparecer como un espejismo sobre el cemento.

Entonces papá volvía a pintarla. O si no, la repasábamos con pedazos de tiza que robábamos de la escuela o con trozos de ladrillo que encontrábamos por ahí.

Ahora no está la rayuela. Pero a veces me asomo y parece que la miro pintada de nuevo sobre el suelo gris. Como si en cualquier momento volverá a brillar de nuevo, en amarillo y blanco, invitándonos a dar brincos, a olvidarnos otra vez del mundo.

A veces me asomo y parece que también lo miro a él, que no ha venido más a alegrarnos el patio, ni a pintar las rayuelas.

Pero entre las líneas de la página 289, me lo encontré el otro día:

"La rayuela se juega con una piedrita que hay que empujar con la punta del zapato. Ingredientes: una acera, una piedrita, un zapato, y un bello dibujo con tiza, preferentemente de colores. En lo alto está el Cielo, abajo está la Tierra, es muy difícil llegar con la piedrita al Cielo, casi siempre se calcula mal y la piedra sale del dibujo. Poco a poco, sin embargo, se va adquiriendo la habilidad necesaria para salvar las diferentes casillas (rayuela caracol, rayuela rectangular, rayuela de fantasía, poco usada -rayuela conejo, le faltó decir a Oliveira y Cortázar-) y un día se aprende a salir de la Tierra y remontar la piedrita hasta el Cielo, hasta entrar en el Cielo (...), lo malo es que justamente a esa altura, cuando casi nadie ha aprendido a remontar la piedrita hasta el Cielo, se acaba de golpe la infancia y se cae en las novelas, en la angustia al divino cohete, en la especulación de otro Cielo al que también hay que aprender a llegar".

...Parecía que decía.