Qué difícil se me ha hecho despegarme de esa, la que era antes.
Qué rabia sentirme tan tonta: apegada a los zapatos que ya aprietan, suspirando un aire rancio, infantil pero viejo (de esa vejez que se me pegaba al alma cuando niña). Se me ocurre ahora que las enfermedades que me asaltan con frecuencia; la modorra pestilente de mañana que no me deja mover las piernas y salir a oler el nuevo sol; la ira que de pronto se me cuelga de los ojos cuando veo las caras amargas de la madre o los hermanos; la resistencia a pasar tiempo a solas conmigo misma, a apagar las luces, es simplemente un burdo, común, vergonzoso, miedo a crecer.
A veces parece que juego a dar tres pasitos pa’lante y, sin que nadie vea, doy cinco pasotes pa’trás.