Atados pies y manos,
abiertos brazos y piernas;
cierra los ojos para escuchar los cuchillos
cortando el aire vacío.
La respiración se agita al compás trémulo
–incontrolable–
de sus piernas,
mientras la visión se expande,
se contrae,
se humedece.
Las manos cantan el vértigo con notas tan agudas,
casi a gritos,
y los colibríes mueven sus alas hasta el paroxismo
para clavarse finalmente,
en el límite del abismo que se abre
junto a su cuerpo.
En el suspiro final,
un funámbulo resbala
en la cuerda floja.