11.4.10

La oveja negra***

En un lejano país, existió hace muchos años una oveja negra.

Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre, que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas, para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

***AUGUSTO MONTERROSO, genial escritor guatemalteco (1921-2003). Uno de los más grandes del microcuento. 

A un lado del rebaño

Sucede que soy una de ellas, pero mi pelaje no se parece a las nubes con vetas apenas oscuras del color de la nuez. En vez de decir meee-meeee-meeeeee, prefiero cantar ma-me-mi-mo-muuu, muuu-me-mi-mo-ma, y callar cuando todas hablan.

No duermo incómoda con ruleros con tal de que los pelos amanezcan enroscados en espirales perfectos, ni me asomo presurosa ante quienes cuentan ovejas para llamar al sueño.

Mucho menos me interesa producir la lana más suave o la más brillante. Mientras todas se esfuerzan, mis horas se esfuman observando el mundo mínimo de las hormigas, descifrando el lenguaje del viento y escuchando los ayes de los árboles heridos.

Sucede. Sucede que soy del color de la noche sin luna, pero cada día me disfrazo con un traje muy blanco y sin una sola arruga, para no terminar en el sanatorio como todas las ovejas negras.