9.3.12

Este silencio

Un jardín pequeño, rectangular, era la antesala a la casa. Ahí mi padre me enseñó a caminar. Lo sé por las fotos. Y por una sensación tan vieja que solo habita en el olvido. Yo llevaba un vestido diminuto y el cerquillo lacio y negro, poblando la frente amplia. Me tambaleaba, balanceándome torpemente (tanto como hasta hoy) con las manos. Los ojos pestañeaban en un vaivén nervioso, presentimiento de las futuras caídas. 

la risa de papá


De él recuerdo más que de mí misma. El eco aterciopelado y grueso de su voz, que en las mañanas abrigaba con canciones y en las noches arrullaba con cuentos sobre chanchitos. Sus lentes eran gruesos y grandes; el cabello era una ola de seda que se elevaba hacia atrás. Sus manos nunca estaban frías, las líneas de sus palmas eran demasiado cortas.

20 años después de esas primeras mañanas en el jardín, íbamos con mamá al hospital público, donde faltaban las almohadas, los focos, la justicia y la vida. Días antes de la operación cortamos sus uñas de las manos y los pies, que siempre habían estado perfectas. Así supe que la felicidad hace brillar los rostros. El suyo irradiaba paz. Y su reflejo nos iluminaba. 

Mi padre no salió del quirófano. Hoy se cumplen 7 años de ese día, en que me dijo que cuide a mamá. 

Y eso hice, o intenté hacer, quién sabe. Aunque la pena no mengua y la ausencia es siempre más pesada; la mayoría de días lo dejo ir en su viaje cósmico e infinito. Lo dejo libre y me dejo ir libre yo también. Pero otras veces, me ancla la nostalgia. Y añoro su conversación, la risa, sus dichos, sus malgenios, su silencio. Pero no este silencio tan de muerte, sino el otro, el otro de contemplarlo callar, pensar, mirarme.

papápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapapá 
papápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapápapapá


Tres años atrás, en un día como ayer, murió también mi otro padre. Él me llevó a conocer el circo. Yo vestía de rojo. Jeans, camiseta blanca, saco rojo, cinta roja en el cabello largo y negro. Tenía 16, él 20 o algo así. Yo olía a frenesí, a tierra mojada, a pasiones tempranas. Él olía a gasolina y alpaca. Parecía que podría desatar un incendio en cualquier momento. Así, conocí la fantasía, que se nos aparecía en una carpa circense, en una mirada profunda o en una conversación en bus, en la que él mezclaba pasajes de cuentos rusos como si fueran anécdotas suyas. Así conocí también la risa y la locura, la literatura y el misterio. 

Y después también, el silencio.