5.1.08

dos mil ocho


Buon Anno!
Originally uploaded by Sigmah
Ay amor si me dejas la vida, déjame también el alma sentir, si sólo queda en mi dolor y vida, ay amor no me dejes vivir.

2008. Resulta extraño acercarnos a la primera década de este siglo. Resulta extraño haber nacido en los ochentas, acercarme a los 24 años, y sentir tanto peso atrás. Y una pereza enorme delante por el futuro que se acerca silenciosamente como un bicho desagradable. ¿Por dónde seguir?

Resulta extraño que la familia haya crecido tanto y a la vez se haya desmembrado dolorosamente. Raro pensar en los nombres de los bisabuelos a quienes jamás conocí; de los abuelos, de quienes apenas guardo un bosquejo de recuerdo fabricado quizás de la materia de descripciones de mi madre, de algunas fotografías, o de memorias que heredé genéticamente y que se develan en imágenes oníricas que recibo despierta o dormida; de los tíos que se fueron hace mucho, sin habernos conocido en absoluto, o de los que apenas han comenzado a dejarnos; todos esos nombres que viajan en el aire o duermen en el mármol. Raro acordarse de los compañeros de escuela; raro ver cómo se bifurcan las vidas de todos los hermanos, amigos, enemigos, simples conocidos. Raro ver los fantasmas de toda la gente que quedó en el camino hasta hoy.

Resulta siempre extraño acercarse a los finales, a las grandes transformaciones que nos suceden, como si fueran dinosaurios que nos caen de pronto encima, acercarse a comienzos que apenas desciframos. Arrojé al fuego mi infancia, mi adolescencia (¿por qué carajo se le ocurrió a Quevedo condenar a los jóvenes a sufrir dolorosamente esa edad al acuñar esa palabra tan fea?), incluso ciertos momentos cercanos, míos y ajenos. Porque una vez más tengo la intención, tal vez al menos la esperanza, de crecer, de verme al espejo y aceptar los años y las lecciones aprendidas. Creo que mi cuerpo se negó a estirarse, quiso mantener el tamaño (a penas un metro con cincuenta y siete centímetros, que no me desagrada) y su forma para que mi mente se confunda y se niegue también a aceptar el paso de los años, y con ellos los grandes cataclismos de la vida: la enfermedad, las despedidas, la vejez, la muerte. Una niña vieja. Pero tengo todavía la esperanza de mirarme al espejo que cuelga detrás de mi puerta en la mañana temprano después de una ducha fría (porque el calefón está loco, y aprovechando esa locura, sale a flote la mía, y el baño sirve para purgar el espíritu, y ofrecer un breve y helado sacrificio) y reconocer cómo me ha atravesado el tiempo, la vida.

Eso es, aceptar el ciclo vital (una de las lecciones más fáciles de ciencias naturales: el ser vivo nace, crece, se reproduce y muere). Ojalá lo pudiera asimilar como una frase obligatoria del examen trimestral de tercer grado, ojalá fuera simplemente una conjunción de letras, de sonidos, de pedazos de lenguaje. Nunca nos dijeron la dimensión múltiple, pesada, gigante de ese proceso natural, nunca estuve preparada para tanta vida y tanta muerte… Y a pesar de todo mi sangre sigue corriendo (al mismo ritmo, creo yo), y a la profunda tristeza le sigue una buena sonada de nariz, y momentos después, la risa.

Por esa incomprensible fortaleza que no sé de donde sale, quiero agradecer a la Vida o sea a Dios. Por ver que mi madre se despierta, a pesar de los múltiples golpes en medio de este round violento que nos gana la enfermedad y que parece no tener fin. Por su tenacidad, por su lucha en contra de la pena, por su duelo. Por los colores rojos, violetas, celestes, que aparecen de nuevo en su vestido. Por su risa, por su canto que se mueve y sube las escaleras por las mañanas, y aunque triste sigue vivo.

Por ver a mis hermanas convertidas en ríos caudalosos, llenos de vida, por ser mujeres hermosas, madres fuertes y luchadoras.

Por las nuevas formas de los cuerpos adolescentes de mis sobrinos mayores, por su inquietud que se despierta con las explosiones hormonales, por sus emociones, sus vergüenzas y su pasión aún inocente. Por su cuchicheo en la mesa, por sus miradas, códices secretos de los misterios que comparten. Por la vitalidad de todos ellos, por los descubrimientos que los más chicos hacen cada día, por los idiomas que se inventan, por las palabras mal dichas, por sus dibujos, por el amor puro, tan sincero, que me dan todos ellos.

Gracias por los viajes. Por cada día en un país ajeno, que jamás pensé extrañar tanto. Por mis amigos y profesores de EEUU, Francia, España, Colombia, Puerto Rico, República Dominicana, India, Japón, Bangladesh, Nigeria, Bulgaria, Nepal, que nos quisimos tanto.

Por mis amigos de acá, especialmente aquellos quiteños que han reaparecido y a los nuevos amigos guayacos de este último tiempo. Por los profes de acá que me apoyan tanto (especialmente por mi profe-amigo que va a dirigir mi disertación de grado, que me presta sus libros sin ponerme plazos, que me aproxima a tantos redescubrimientos, y que me ilumina el análisis literario, político, sociológico, marxista, vital).

Gracias por las lecturas de este año, especialmente gracias a los y las poetas de la Generación Beat, a Beckett, a Gioconda Belli y a Lawrence Durrell, a sus historias y sus personajes. Gracias a la poesía, la novela, y la historia. Gracias a Nela Martínez por hacerme sentir orgullosa de ser mujer ecuatoriana.

En fin, gracias enorme para la familia entera (en ella entran todas las personas queridas y sus familias).

Y gracias infinito por la existencia, el amor, la espera, y la paciencia de mi amor-monstruo-filósofo-animal-amatorio-amanzado-mejor-amigo-persona-favorita, mi Amor Verdadero, que comparte mis días, que me enseña tanto, y que me da tanta vida.

Por todos ellos que me habitan, desde el lugar o desde el no-lugar y no-tiempo donde están, sigo viva, por todos ellos me quiero reconocer en el espejo con todo este peso y seguir de frente. Porque a veces se me olvida que frente a los rounds que perdemos, hay miles de rounds de vida, de salud, de felicidad, de amor, de bendiciones que ganamos. Gracias por todos los momentos que quedan atrás, por los que me pasan hoy, y por todos los futuros posibles que ya escucho y están tocando a mi puerta.

Bienvenido 2008, no te tengo miedo
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